¿A Sevilla le gusta el palo resbaladizo?

Esta tarde, calurosamente calurosa de Sevilla, filmaremos —para el proyecto WebTV sobre la historia del deporte sevillano— la “celebración” o “juego” de Las Cucañas. Una práctica lúdica de destreza física difundida en España y en varios países Latinoamericanos, típica en las masivas fiestas populares; pero, a la que algunos «mordaces» tienden a trazarle analogías entre «palos con dificultades» y la preferencia social por sancionar el ridículo o la desgracia ajena.

En Sevilla, se «juegan» a La Cucañas en dos ocasiones durante el año. A finales de Junio, durante fiestas nocturnas que se celebran en la Alameda de Hércules, y durante la penúltima semana de Julio durante la fiesta Velá de Santa Ana que se prolonga desde el 21 hasta el 26 de Julio.

El juego, en sí, es un divertimento que supone trepar o desplazarse por un palo embadurnado de grasa o jabón hasta alcanzar el “otro” extremo para obtener una recompensa generalmente de poca cuantía material, pero de gran valor social: la admiración pública por la destreza, la fuerza y la mágica fortuna de haber desafiado con éxito las reglas del sentido común: no se puede escalar o desplazarse por un palo engrasado.

Algún “humorista mordaz” (yo diría: con bastante “mala leche”) ha observado que si bien en sus orígenes se trataba de un palo enclavado en el suelo, en forma vertical, por el que había que trepar; en varios lugares en España es más frecuente la versión del palo horizontal desplegado sobre el agua de un río o piscina. “¿Es por la ley de realizar el menor esfuerzo?” preguntará el mordaz mala leche; una razón lógica es que, tratándose de una fiesta popular celebrada en los calurosos veranos ibéricos y siendo el agua un elemento muy “fuerte” en la cultura española, exista un motivo de tipo hidrotrópico que justifique la “horizontalidad del esfuerzo”.

Otras sin-razones de la mordacidad, es suponer que en Sevilla el que sube y supera las dificultades (por ejemplo las de los palos resbaladizos) suele ser censurado por sus vecinos porque aquí está mal visto sobresalir por lo alto entre pares (entienda usted lo que quiera, porque cualquier analogía que establezca es válida desde mi punto de vista)… Otra cuestión puede tener relación con que al trepar por palos verticales las destrezas de los “insuficientes”, o los más débiles, no quedan tan en ridículo, ni no son tan evidentes, ni “vistosas”, como estrepitosas y descontroladas zambullidas en el agua. Digo, algunos mordaces mal intencionados creen que en Sevilla la gente tiene cierto morboso placer por ver a su vecino en problemas y, de ser posible, rumbo abajo.

En la investigación del Dr. José P. Ramírez Sanchís «La Actividad Gimnástica y Deportiva en Sevilla Durante el Siglo XIX» (2006) que estamos utilizando como guión para la realización digitalizada sobre el tema, se cita esta crónica periodística publicada en «Diario El Español», el 7 de junio de 1890:

«Desde mucho antes de las cinco de la tarde, y sin temor a los abrasadores rayos del sol que se sentían que era un gusto, empezó la gente anteayer a invadir los muelles del puerto, a fin de presenciar los festejos comunales de antemano en el Guadalquivir. A las cinco y media, a cuya hora principió la cucaña, estaba casi lleno el muelle de San Telmo, el paseo de la orilla del río frente a la caseta del Club de regatas y sitios próximos. La cucaña horizontal fijada en el paillebot «Porvenir», junto a la expresada caseta del Club, produjo la diversión de las gentes que reían los sendos zarpazos que en el agua daban los aspirantes a los premios…»

 

Me resisto a pensar en ello. ¿Es humano, no exclusivamente «sevillano», jugar a Las Cucañas con la desgracia ajena?

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