Ya nadie aplaude a las 20 hs

mundo con mascarilla
Cuando nos quitemos la mascarilla oleremos el mismo mundo…

Cuando ya nadie aplaude a los sanitarios, ni a los recolectores de basura, ni a los policías. Cuando los bares van recuperando la clientela que colaboran con la polución sonora: es cuando comenzamos a comprobar el regreso a la «nueva normalidad» que no es otra cosa que «la normalidad». Además de agorafobia y el “síndrome de la cabaña”, la pandemia nos está enseñando rasgos singulares de la ecología social y los agujeros que quedan al descubierto en el ecosistema institucional.

UNO. La relevancia del gobierno local. Los ciudadanos comunes, militantes o “apartidistas”, hemos revalorizado para bien o para mal la importancia que tiene en nuestras vidas cotidianas el gobierno local, por sobre el gobierno nacional y las «Políticas de Estado». En general, todos estamos apreciando el esfuerzo titánico que están haciendo los políticos y funcionarios «del barrio», los más próximos, para gestionar la loza que ha caído inesperadamente sobre nuestras cabezas.

Muchos, hoy, creen que los políticos deberían haberlo hecho mejor. Si… claro que sí… yo también quisiera conocer con certeza, el viernes a la tarde, cuál será la combinación de los seis números de bonoloto que ganará el sábado.

Tengo un “meme”, de los miles que he recibido en los últimos 70 días, clavado en el ojo: “¿Quién tenía escrito “Covid-19” entre las amenazas de su FODA?”.

“Covid-19” ha sido durante varias semanas una noticia incierta que hacía referencia a un problema de salud que estaba ocurriendo en una ciudad china muy lejana. Nuestra casa, nuestro barrio, nuestro pueblo, nuestra provincia, nuestro territorio… nuestra nación parecía en “aquel entonces” (hace apenas 5 meses) un lugar muy alejado de la “anónima” ciudad de Wuhan.

Los Estados respondieron como mejor supieron, pero han sido los gobiernos locales y las organizaciones vecinales los que se pusieron a contener el tsunami.

DOS. La relevancia del tejido empresarial «de a pié». En general, el comercio de proximidad, la «tienda de la esquina», las micro y las pequeñas empresas están demostrando ser muy solidarias, innovadoras y más sensible para atender a la gente. Sea porque proveen servicios y productos esenciales, o porque suspendieron su actividad a costa de su propia subsistencia, la gente nos dimos cuenta que hay un comercio cerca de nuestras de casas que ha resultado útil e irremplazable en nuestro confinamiento.

Obviamente algunos grandes grupos empresarios colmaron las pantallas de la TV promocionando sus aportaciones económicas para material sanitario y alimentos; ¿esperan un premio por lo que es su responsabilidad social? A ti, CEO: ─¡no es marketing, pelotudo!; es sentido común. Precisamente: primero está la gente, antes que el eficiente del “control de cumplimiento” en los sistemas del teletrabajo.

TRES. La eficacia de las alarmas tempranas necesitan confianza. Igual como hemos visto durante los tsunamis en el Océano Índico en diciembre de 2004, y en la Costa del Pacífico del Japón en marzo de 2011, los sistemas de alerta temprana capaces de prevenir grandes crisis humanitarias o cataclismos naturales son una necesidad vital sin resolver; aunque cada vez la humanidad posee mejores herramientas para usar los datos en la predicción de situaciones peligrosas para la salud y las cosas.

¿Fallaron los sistemas? No precisamente. Quizás todavía no estén suficientemente bien desarrollados. Lo que creo que ha fracasado, otra vez, es la confianza recíproca para compartir los datos necesarios para tomar buenas decisiones a tiempo para evitar que las crisis se transformen en desastres.

Covid-19 es un desastre de una magnitud colosal, que se podría haber evitado. Cinco meses después que comenzó a sonar la alarma todavía subsisten más incertidumbres que certezas sobre cómo y dónde se inició, hasta cuándo y por cuánto durarán sus efectos.

CUATRO. Infectados por la infotoxicación. Una guerra atroz se está batiendo en las pantallas de nuestros dispositivos; el ganador espera levantar un voto más en las próximas elecciones con la perversa estrategia de ser más mentiroso con mayor habilidad para evitar ser descubierto.

O, al menos, suponiendo que la mentira siempre es más creíble y produce mayor impacto que la verdad contrastada que la desnuda. Según estamos comprobando, para cuando una mentira es desmentida, ya hay más gente convencida que es verdadera, o que no está dispuesta a ceder ante la duda que le alimenta su morbo.

CINCO. La economía no resiste a las crisis. Lo que resiste, cada vez mejor, son los intereses económicos de quienes tienen el poder y su entorno inmediato que los protege.

Estamos viendo la abrumadora distancia que todavía separan a las capacidades creativas de la sociedad, por un lado, del sector financiero y la política que lo protege por el otro.

No soy muy optimista con que «la salida» será hacia un mundo cualitativamente mejor, Aunque confío que la pandemia será totalmente controlada a nivel global, me temo que continuará «a lo bestia» el descalabro medioambiental, las élites financieras se van a seguir protegiendo a sí mismas como lo han hecho en las crisis de 1929 y 2008: los platos rotos los vamos a pagar los de abajo. Su séquito de zánganos serviles volverá a enfrentarse a los tortazos para conservar su espacio en «el lugar más iluminado del salón de la fama».

En suma, los “intereses económicos”, otra vez, le ganaron al “sentido común”.

SEIS. El boom de la economía digital. Las videoconferencias familiares, el teletrabajo, la educación a distancia, los libros electrónicos, las tiendas online, todo tipo de servicios a distancia… estamos asistiendo a una expansión colosal de la economía digital como una fuente significativa de creación de valor.

No ha quedado actividad humana sin entrar, por las buenas o por las malas, en la transformación digital de la organización social; ni siquiera: los sepelios.

Ahora bien, el hueco que revela el salto disruptivo y definitivo desde lo “analógico y asincrónico” a lo “digital y sincrónico” es: la accesibilidad a Internet.

Ahora se comprende mejor que la inversión económica para extender la banda ancha resulta tan necesaria como la red de distribución de agua potable y la electricidad.

Falta por ver si esta vez los humanos hemos aprendido a no olvidar cómo salvarnos como especie.

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