Estudiante al punto excesivo de sal

estudiante universitario agresivo
Estudiante con un pounto excesivo de sal
Como ocurre con algunos estudiantes, también hay patatas mal elaboradas que arruinan cualquier conjunto de un buen menú.
 
En general se cree que los malos profesores y las instituciones educativas ineficientes son los principales factores del fracaso en la educación. Muy pocas veces, se considera los condicionamientos externos políticos, económicos y socioculturales que dificultan el buen funcionamiento del ecosistema institucional educativo, la adecuada formación de las competencias didácticas y la calidad del desempeño de los educadores.
 
Nunca he encontrado, en 40 años de actividad como educador, el análisis sobre cómo los estudiantes universitarios agresivos y soberbios sin sustento perjudican todo.
 
Como consecuencia de una agria y muy dolorosa experiencia reciente con un “estudiante” agresivo, mentiroso y arrogante, he estado reflexionando en mi limitada habilidad para gestionar la relación con estudiantes que, en el ámbito universitario, se comportan con una permanente actitud de confrontación interpersonal desvalorizando los conocimientos, las competencias didácticas e incluso la mofa cambiando sistemáticamente mi apellido “Dehter” por “Diether” (“an organic chemical compound that contains two ether groups”, by Collins English Dictionary. Copyright © HarperCollins Publishers).
 
Como profesor, en el ámbito universitario, enfrentar a un estudiante agresivo es uno de los mayores desafíos que se presentan en el aula presencial o virtual. Estos estudiantes subestiman la trayectoria profesional del profesor, generan conflictos e instalan un clima de tensión negativa en el entorno del aprendizaje que afecta a todos los participantes de cualquier curso.
 
Sabemos que es importante que los profesores sepamos gestionar las embestidas de «estudiantes al punto excesivo de sal» de manera efectiva y profesional; aunque es difícil en la práctica aparcar el honor, apaciguar al amor propio y mantener la autoestima cuando un energúmeno traspasa la línea entre manifestar que no le gusta como le enseñas ─o no sabes explicarle lo qué y cómo él quiere aprender─ con la falta de respeto, la permanente agresión personal y confrontación profesional sin fundamentos objetivos.

¿Las expectativas del estudiante, son más importantes que las expectativas del educador?

 
Si. Aunque si se han explicitado desde el primer día de clases cuáles son las expectativas de los estudiantes y de los profesores, cabe esperar comportamientos mutuamente respetuosos, de colaboración y cooperación para establecer experiencias de aprendizaje satisfactorias.
 
En teoría, cuando se establecen las pautas de respeto se reduce la probabilidad que ocurran conflictos durante el desarrollo del curso; aunque debemos ser realistas: lo que prima por sobre todo es el interés económico, político y el dominio de la jerarquía institucional. ¡Ni hablar cuando el ámbito institucional es privado ─con fines de lucro─ cuando “el jefe” tiene que decidir entre defender el honor del profesor agredido o la plaza del estudiante que paga puntualmente sus abonos y aranceles!
 
En realidad, en las instituciones privadas de enseñanza su flujo financiero de caja es más importante que el honor y el prestigio del profesor. Esa es la realidad; que no te vendan espejitos de colores.

¿Es un pecado capital no poder mantener la calma y sostener una híbrida actitud de profesionalidad?

 
Si. Aunque cuando un estudiante incrementa con exceso su “punto de sal” o sea: se comporta con agresividad, mantiene una constante actitud desafiante ─sin fundamentos objetivos─ a cualquier cosa que exprese el profesor sobre los contenidos expuestos en el Plan de Estudios, “la institución” siempre exige al profesor que mantenga la calma y la compostura.
 
Reaccionar enojado es improcedente desde todo punto de vista, porque solo conduce a escalar el conflicto. Lo complejo, para los educadores profesionales, es pretender que como personas que ejercemos el oficio de enseñar, mantengamos una actitud serena y profesional, enfocándonos en resolver el problema de manera constructiva mientras tenemos que masticar, tragar y digerir una patata con mal sabor que produce ardores por exceso de sal.
 
La teoría dice que hay que hacer oídos sordos a las descalificaciones y agresiones manifiestas o solapadas para centrarse en resolver la incomodidad que frustra al estudiante “desconforme” aunque a Usted, colega, le cause daño.

No nos engañemos: adentro de las aulas no todo es “amor y paz”, aprender y enseñar en armonía; también hay intereses personales, choques de egos antagónicos y el deseo de “pasarla bien” con el menor esfuerzo posible.

¿La empatía por parte del profesor siempre tiene que prevalecer sobre sus propias emociones personales?

 
Si. Antes de reaccionar, es importante que el profesor intente entender las razones detrás del comportamiento agresivo, soberbio o peleador del estudiante. Quizás haya problemas personales ajenos al aula, limitaciones intelectuales, o afecciones psicológicas, o patologías neurológicas que estén influyendo en la conducta del estudiante.
 
Al tratar de comunicarse asertivamente y mostrar empatía, el profesor puede establecer una mejor conexión con el estudiante y encontrar formas de abordar el problema de manera efectiva.
 
El dilema es si los educadores estamos dispuestos ser empáticos y cordiales, todo el tiempo que demanden los estudiantes que no paran de expresar sus desacuerdos y manifestar su aversión hacia lo que somos, lo que sabemos y lo que hacemos.
 

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