Examenes para memorizar conocimientos o para aprender, comprender y ejercitar.

Evaluación educativa para memorizar o para aprender

Si eres educador —universitario, formador de adultos o facilitador de capacitaciones—seguro te has preguntado más de una vez: ¿cómo evalúo mejor a mis estudiantes? ¿Debo hacer la «evaluación educativa» poniéndoles exámenes extensos, tests rápidos, pequeñas pruebas o los “quizzes” modernos que usan las plataformas de e-learning?
 
Y lo más importante, ¿evaluar para memorizar o aprender? Los examenes, ¿sirven solo para evaluar la memorización de la teoría o también les pueden ayudar a aprender, comprender y ejercitar?
 
La auténtica maestría didáctica del buen educador se demuestra en su arte y la capacidad de desafiar a sus estudiantes para aprender y consolidar los conocimientos adquiridos; las evaluaciones, en cualquiera de sus modalidades, son recursos didácticos sin ninguna utilidad si están aislados del proceso educativo.

Examen, test, prueba o quiz: ¿da lo mismo?

Aunque solemos usarlas como sinónimos, en realidad estas palabras tienen matices importantes:

  • Examen: suele ser un interrogatorio formal que abarca muchos temas y, casi siempre, pesa mucho en la nota final. Evalúa una “fotografía en plano general o panorámica” del aprendizaje.
     
  • Test: más breve y centrado en un objetivo puntual del conocimiento. Originado en el ámbito de la psicología, mide aspectos puntuales y busca respuestas cerradas o precisas.
     
  • Prueba: es un término “paraguas”. Puede ser escrita, oral, práctica… lo que importa es que pone a prueba ─nunca mejor dicho─ una habilidad o conocimiento aprendido.
     
  • Quiz: el favorito de las plataformas de elearning (LCMS). Son cuestionarios cortos, frecuentes y, a veces, divertidos. Más que “pillar” al estudiante, buscan mantenerlo atento y darle feedback rápido.

Evaluar: ¿solo para calificar o también para aprender?

Durante generaciones, los exámenes han sido sinónimo de “pasar o no pasar”. Pero la educación está cambiando de paradigma. Hoy sabemos que una buena evaluación no solo “toma la foto” de lo aprendido, sino que ayuda al estudiante a avanzar.
 
Usar quizes, pruebas cortas, o tests autoevaluativos son mucho más que un requisito académico: pueden convertirse en uno de los motores didácticos más potentes del aprendizaje.
 
¿Por qué? Porque cuando los estudiantes recuerdan, aplican, resuelven o incluso se equivocan, es cuando aprenden de manera eficiente y efectiva.
 
No es lo mismo “memorizar para el examen” que “repasar activamente para entender”.

La neurociencia confirma: el reto y la práctica hacen que el aprendizaje sea más duradero.

La clave aquí es el tipo de feedback que damos. Una prueba que ofrece retroalimentación inmediata, que explica los errores y muestra los aciertos, no solo evalúa: también enseña.
 

¿Qué queremos desafiar: la memoria o la capacidad de pensar?

No se trata solo de imponer dificultades para saltar como si se trataran de vallas en una pista de carrera con obstáculos. Hay exámenes muy difíciles… ¡y planos! Solo exigen datos, fechas, fórmulas. Y hay “quizes” sencillos pero que invitan a argumentar, transferir, aplicar o crear.
 
Un examen puede tener mucho rigor académico por plantar preguntas profundas que requieren respuestas exactas con fundamento conceptual, o mucho desafío profesional por estimular la habilidad para resolver situaciones, tomar decisiones y comunicar ideas.
 
Nuestra misión educativa es conjugar ambos enfoques: preparar para pensar, para recordar, para analizar y, sobre todo, para actuar.
 
La mejor evaluación no es la que pone la nota más alta o la curva más baja: es la que deja huella y abre camino al aprendizaje real.
 
¿Tú también crees que es momento de repensar por qué y para qué evaluamos? Me encantaría leer tus experiencias y estrategias: ¿cómo usas tú el examen, el test, la prueba o el quiz para estimular el aprendizaje de tus estudiantes?

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