El post de un apreciado amigo en donde «descarna» la ruptura con su pareja sentimental como un hecho derivado del desfasaje entre las exigencias de la vida «en pareja» con la «carrera emprendedora» y, en especial, la cantidad de comentarios que expresan resignación a que «la vida del emprendedor» es casi incompatible con una «armoniosa vida sentimental»: me han llevado a reflexionar que se ha distorsionado dramáticamente la figura o la suposición de lo que un emprendedor «es», por no comprender, además, lo que un emprendedor «hace». Básicamente: vivir en sociedad.
En este sentido, cualquier emprendedor sin una vida social razonablemente balanceada entre lo afectivo y lo efectivo, no solo que no podrá establecer relaciones sociales adecuadas con las demás personas; tampoco podrá establecer una relación adecuada con su propio emprendimiento.Nuestras “habilidades sociales” son las competencias que nos permiten interactuar con las demás personas; sobre todo, para poder lograr nuestros objetivos en todos los contextos donde actuamos. Es incompatible la figura del emprendedor «exitoso» con una personalidad apática, o torpe, para relacionarse socialmente.
A simple vista se perciben las diferencias entre nuestras respectivas buenas y malas habilidades para resultar empáticos y persuasivos. Las habilidades sociales también incluyen a la inteligencia emocional y nuestro aspecto personal (desde nuestro aspecto estético, nuestros modos de desenvolvernos con la gente, hasta nuestra «actitud» corporal).
El aspecto crítico es nuestra capacidad para adaptarnos socialmente. Creo que, precisamente esta habilidad social para adaptarse a diferentes tipos de relaciones, en diferentes situaciones, es un “predictor” clave del grado del éxito emprendedor que se podrá llegar a lograr.
¿Por qué una muy reducida cantidad de personas que emprenden la creación de una nueva empresa logran convertir conceptos u oportunidades en negocios rentables?
Este ha sido durante mucho tiempo un tema central en el estudio de la capacidad empresarial y está demostrado que es una cuestión difícil de resolver.
Durante siglos, desde Richard Cantillón (1730) a Joseph Schumpeter (1912) se consideraron factores meramente económicos. A mediados del Siglo XX con mayor perspectiva psicológica, pero con logros relativamente moderados, se comenzaron a tomar en cuenta las características de los comportamientos emprendedores a partir de las investigaciones de David McClelland (1960).
Un enfoque mucho más prometedor se ha centrado en los procesos cognitivos (como aprenden y piensan) los emprendedores creadores de empresas, sus procesos emocionales e intelectuales para tomar decisiones. Esta perspectiva del entrepreneurship ha identificado una serie de factores cognitivos —como la autoeficacia estudiada por Albert Bandura— que influyen directamente en el grado del éxito emprendedor.
Pero recién en los últimos años, se ha comenzado a valorar apropiadamente la significación de las redes de relaciones sociales y personales para entender el “ser” y “saber” del emprendedor. Los emprendedores hemos dejado de ser «sujetos económicos» con particulares «comportamientos individuales» y «rasgos de personalidad» supuestamente específicos —mucho más «estereotipados» que «comprendidos»—, para ser entendidos como «entidades sociales» que dependemos de manera inextricable en cómo, para qué, cuándo, dónde y con quienes nos relacionamos.
Los primeros estudios sistémicos de las cuestiones del networking vinculados a los «eventos emprendedores» fueron realizados por Bengt Johannisson (1990).
Ahora es tiempo de proponer otra perspectiva que integre los enfoques —generalmente exajeradamente fragmentados— de la economía, la personalidad y la cognición; me refiero a construir la perspectiva de las “habilidades sociales” como precipitante de eventos emprendedores exitosos.
Este enfoque tiene como marco teórico las investigaciones y conclusiones de Bird, Gartner, Amar Bhidé y Timmons (entre otros) que recomiendan estudiar a las iniciativas empresariales focalizando más «lo que hace» que «lo que es» el empresario; es decir, considerar cómo se desempeña el rol emprendedor, más que sobre sus rasgos personales individuales supuestamente «estables» e ilusioriamente «independientes».
Sugiero que las habilidades sociales del emprendedor, en especial la capacidad de adaptación a diferentes relaciones en diferentes situaciones influye decididamente en su éxito; en la medida en que el emprendedor desarrolle y emplee intensamente sus buenas habilidades sociales podrá interactuar eficazmente con los demás para conseguir inversores capitalistas, socios, alianzas estratégicas, los mejores proveedores, los empleados con más talento y muchos (buenos) clientes).
Es necesario «invertir» (en términos de darle la vuelta desde adentro hacia afuera, de atrás hacia adelante y desde arriba hacia abajo) la figura del «emprendedor» como un protagonista poderoso, particularmente dotado y/o con competencias que pueden funcionar con absoluta independencia de su contexto social y sistemas institucionales.
En el Siglo XXI el emprendedor está cada vez más implicado socialmente y es cada vez más dependiente de sus relaciones personales y profesionales (de las que ya tiene establecidas y las que estabelcerá en la medida que vaya desarrollando su emprendimiento).
Una vez que se comprende ésto y que se aprende a crear estrategias para favorecer la «adaptación social», es más probable que los programas de formación y para el fortalecimiento de los emprendedores, tengan mejor impacto.
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Continuará…
Es muy interesante tu reflexión Mario:
«En este sentido, cualquier emprendedor sin una vida social razonablemente balanceada entre lo afectivo y lo efectivo, no solo que no podrá establecer relaciones sociales adecuadas con las demás personas; tampoco podrá establecer una relación adecuada con su propio emprendimiento»
Considero Mario que «punto» es la erronea acepción que se hace del concepto «éxito».
El verdadero éxito no está en los negocios, sino como tu dices:
en
«Básicamente: vivir en sociedad»
Un abrazo.
– Daniel
Mario: emprendimiento y sentimiento riman, y no por casualidad.
Está claro que las probabilidades de tener éxito en un proyecto emprendedor son directamente proporcionales al grado de aceptación del mismo por parte tu pareja u entorno afectivo cercano.
SM