Cada vez que estoy por finalizar la impartición de «un curso de formación» me cuestiono: «¿lo hice bien?». Pienso: «¡Lo podría haber hecho mucho mejor!» Lo se. Se que a mis próximos alumnos les podré dar mucho más.
Lo se. Tengo la certeza porque percibo, cada vez más, que durante todo el proceso de la impartición de una actividad formativa voy aprendiendo como mejorar mi propia capacidad para hacerlo.
El día que sienta lo contrario —cuando yo sienta que llegué a mi «máximo nivel» y que mi capacidad didáctica es “insuperable”— ese día, definitivamente: dejaré este magnífico trabajo de facilitar a MIS alumnos a mejorar sus sistemas de aprendizaje.
El día que yo sienta que lo que yo digo es «la realidad», una «verdad irrefutable», ese día dejaré este trabajo. Porque habrá llegado el momento en que perderé lo mejor que yo puedo hacer por MIS alumnos: seguir aprendiendo.
El día que yo sepa que yo se más que MIS alumnos, ese día dejaré de ser un «facilitador» y me transformaré en un energúmeno. Ese día, yo mismo, me perderé el respeto a mi mismo.
El día que yo no sienta que al finalizar «un curso» comienzo una relación con cada uno de MIS alumnos, a largo plazo, recíproca y amable, ese día sentiré el amargo sabor de saber que «no lo intenté»; que es un sabor muchísimo más amargo que el del circunstancial y efímero fracaso.
El día que yo no sienta que de cada uno de MIS alumnos ya hay algo que de cada uno de ellos que me pertenece a mí (su afecto, su confianza y también sus dudas o sus objeciones… algo de ellos ya es mío, para siempre) ese día: yo perderé mi autoestima, mi autoconfianza y con ello la capacidad de volver a enfrentar un grupo de personas que me convocan para mejorar, o para desafiar, o para fortalecer su sistema de pensamiento.
Cada vez entiendo mejor que mi capacidad como facilitador depende mucho más de la actitud de MIS alumnos y del clima que creamos juntos para aprender, que de mi propio talento.
En estas últimas semanas he comenzado a comprender aspectos muy profundos sobre los cambios que se están produciendo dentro de «las aulas» que, siento, no son todavía claramente reconocidos por la gran mayoría de los maestros. Algo ha cambiado desde la educación del pasado.
Las metodologías didácticas y la gran mayoría de los contenidos pedagógicos no responden a los problemas que plantean las nuevas respuestas (no: no me he equivocado al escribir; reafirmo: hay nuevos problemas creados por las nuevas respuestas.
Aula en Japón del año 1920, ¿es muy diferente a las aulas actuales?
A todos los participantes de las dos intentas actividades formativas (sobre creatividad aplicada al mejoramiento de la productividad y sobre cómo estimular la cultura de la colaboración transversal en una mega organización pública) que acabamos de impartir durante los meses de marzo y abril en los Hospitales Universitarios Virgen del Rocío: muchas gracias por vuestra confianza, vuestra tolerancia y la valiosa contribución personal para darle valor a los contenidos y facilitarme mi talento para impartirlos.
Ahora: vamos por más.
Muchas gracias por su aportación, sólo un buen profesor puede producir una reflexión como la suya. Mostrarnos humildemente el punto ciego de su “fracaso”. Usted hizo lo que se supone que hacen los buenos, pero en algún momento se produjo el desencuentro con el grupo de estudiantes, probablemente cuando ellos le demostraron que no querían otra cosa que aprobar su materia para obtener el certificado acreditativo. Se supone que el trabajo del buen maestro implica transformar esa actitud, por eso la sensación de frustración es inevitable.
Me he visto en las mismas circunstancias que usted describe y me parece que la motivación de ese grupo forma parte de un “signo de nuestros días”. En algunas ocasiones se percibe que no hay tiempo para la reflexión y el aprendizaje profundo, los criterios de la buena educación y la cordialidad parecen de otra época cuando sólo interesa obtener un título, sin compromiso con los demás y con el mínimo esfuerzo.
Al final de su relato nos enseña 5 cosas que hacen los buenos profesores y maestros, pero el punto ciego de qué hacer frente a esta realidad sigue ahí.
Muchas gracias, Marcelo. Asumo su apreciada reflexión como un «premio» que ambos (Usted y yo) compartimos mientras nos preparamos para facilitar el aprendizaje de nuestros futuros estudiantes. Abrazo!
En realidad la educación es un proceso continuo, y realmente cada vez que concluimos un curso o un tema, estamos contruyendo un eslabon mas de la cadena, o estamos contruyendo un peldaño mas de la escalera. Y eso es el fortalecimiento de la relacion entre docente y alumno
Lo que destaco de este comentario del autor, es el valor exigencia que transmite, el valor de dar siempre un poco más, porque creo que todos estamos necesitados de esta sana ambición de crecer en todo lo que emprendemos.
En la formación, al final, lo que creo que debe imperar es tener la sensación de haber dado lo máximo de uno mismo, y el haber podido cambiar, aunque sea una mínima cosa, del que nos ha escuchado. Alberto. http://www.creciendocomoempresario.com
Gracias Alberto por tu apreciado comentario. Te debo confesar algo. Con el pasar del tiempo noto que voy perdiendo algunas habilidades como «formador» y voy ganando otras como «alumno» de «mis alumnos». 😉
Estimado Joaquín,
Me provoca una grata sensación tu reflexión. Me inspira pensar que tienes razón, no se provoca «un vacío» cuando finaliza «un curso». Aunque entiendo que tu compartes la idea que la «plenitud» del valor logrado (más conocimiento, nuevas relaciones, como tu lo expresas) conlleva el «vacío» de querer lograr más y mejor la «próxima vez».
A ver si puedo «ponerlo en claro»… Digo, a medida que vamos creciendo como «facilitadores de aprendizaje», también vamos acrecentando nuestra exigencia porque se desarrolla nuestro sentido crítico acerca de lo que «no es suficiente».
En otros términos: que lo bueno del talento de «los maestros» es cómo y cuánto son capaces de seguir perfeccionando su «maestría». El día que eso (el perfeccionamiento) deja de ser una «ocupación» es hora de comenzar a «PREocuparse».
Así como yo estoy convencido (lo fundamento en varios artículos en mi blog) que la crisis económica global tiene su base en las malas prácticas y deficiencias del sector educativo, creo que la raíz de todos los males está en el «apoltronamiento» de los maestros en la (irrelevante) «seguridad» de lo que (suponen) «conocer».
Un cordial abrazo.
Mario, como siempre, desde su profundo conocimiento de esta materia planeta cuestiones que son verdades como puños. No puedo estar más de acuerdo con él. Aunque al actuar así pase a defender «verdades irrefitables». Sin embargo esas sensaciones que Mario transmite yo tambié las he sentido. Es más, después de 21 años en esta profesión puedo aportar una experiencia que para mí fue capital. SE trata del día que al acabar un seminario mi sensación no fue «de vacío» (lo he dado todo) sino de «plenitud» (cuanto me he enriquecido no solo de conocimiento sino también en términos de relación).
Gracias Mario nuevamente por recordarnos esas sensaciones que nos hacen seguir en esta profesión.
Un fuerte abrazo
Joaquín Rubio
😉
Mario.
Porque el principio es lo primero, te diré que te has hecho esperar en tu posteo.
Con respecto a «la nueva relación» te deseo que así sea. De hecho el origen del término «cultura» deriva de cultivo y estoy convencido que tu experiencia como facilitador ha de ser tan tecnificada como la siembra directa.
Saludos cordiales.