El impacto del fracaso es directamente proporcional al momento en que te pille. Su efectos colaterales serán más o menos nocivos según cómo te coja (está expresado en «español-España», ¿vale, compatriotas?).
Para ser un buen oncólogo, no es necesario padecer cáncer. De igual modo, no es necesario fracasar para poder tener éxito en cualquier actividad que realicemos.
Sobre todo, quienes hemos fracaso varias veces, aprendimos que todos los fracasos son «evitables» y que el fracaso no es sólo el resultado de lecciones mal aprendidas o de elecciones equivocadas, o la concurrencia de ambos aspectos; hay muchos condicionamientos objetivos y subjetivos que conducen a fracasar.
A veces se fracasa reiteradamente antes de lograr un éxito, y/o se vuelve a fracasar nuevamente luego de haber alcanzado uno o varios éxitos. Es otra perspectiva del punto de partida de esta reflexión: el fracaso puede (no siempre) formar parte del éxito.
Es irrefutable que “el silencio” forma parte de las sinfonías
Todo depende del momento en que uno se topa con el fracaso, porque:
no es lo mismo que un avión fracase rotando hacia la cabecera de la pista desde donde va a despegar; que ese avión fracase cuando está en el llamado “punto de su velocidad de rotación”, en el que tiene que girar sobre su eje transversal para levantar su morro, para decolar. En ese momento crítico, un fracaso equivale a un impacto con deflagración.
En algunas organizaciones se utiliza la técnica «lesson learnt». Es una estrategia de la «nueva educación en el trabajo» [ Tanda publicitaria ] que mostramos y facilitamos ejercitar en el Curso Experto Universitario en Andragogía [ fin de la publi 🙂 ], que consiste en difundir transversalmente las experiencias de fracaso que ocurren internamente con una guía de reflexión (y otros procesos didácticos) para incorporarlos en el capital del conocimiento explícito que contribuya al éxito de esa organización.
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