Se crea un círculo vicioso que termina perjudicando también la motivación para alcanzar las metas que se habían propuesto.
Además de recursos y conocimientos, para culminar un proyecto con razonable éxito, es necesario un factor mágico: la emoción compartida por cada resultado bien logrado.
Es frecuente que alguien del equipo suponga que los demás se harán cargo de su inacción, justificada o no, y esto se transforman en una carga colectiva que los demás no siempre están dispuestos ni obligados a soportar.
Todos confían en todos, incluso en Sufrimiento y Cía. (el video); cada participante tiene la genuina expectativa que los demás integrantes del proyecto cumplan con sus respectivas responsabilidades asumidas.
Si a alguien del equipo, cualquiera sea su cargo o función, le surge algún inconveniente, todos los demás tratan de colaborar y cooperar. Siempre y cuando, todos perciban que “el inconveniente” es una situación excepcional, acotada en un tiempo razonable, y no una barrera para lograr avances dentro de los plazos acordados.
A veces hay tareas que, aunque no entusiasman mucho es necesario que se hagan. Si quien las tiene que hacer comienza a dilatar en el tiempo su culminación perjudica al conjunto del equipo y compromete el éxito del proyecto.
En este punto, las opciones son claras y pocas: a) se suplanta a quien esté dilatando la tarea colectiva, b) se reasigna la tarea a otros participantes que la puedan realizar sin abandonar lo que ya tienen asignado, o c) se elabora un “plan alternativo» para cambiar o abandonar al proyecto.
¿Es importante el proyecto? ¿Los perjuicios de abandonar al proyecto son mayores que los de postergarlo hasta tanto se recupere o se sustituya al participante que no puede seguir el ritmo? ¿Hay razones suficientes que justifiquen mantener el proyecto activo a cualquier precio emocional y económico? ¿Hay capacidad financiera y recursos tangibles e intangibles necesarios para mantener el proyecto activo al que le comienzan a faltar partes y personas?
La dilación silenciosa es el «error fatal».
Si los planes han sido bien concebidos y si regularmente se comunica la información realista de los avances y las dificultades: el entusiasmo de las personas para finalizar un proyecto no es una cuestión que siempre depende de complicaciones técnicas o limitaciones presupuestarias.
El entusiasmo depende de los avances y, cuando hay problemas, de los esfuerzos que cada participante realice para cooperar y colaborar en su solución lo más rápido, eficiente y eficaz posible.
Los proyectos, por largos que sean, sólo necesitan hacerse; aunque con el enfoque individual y colectivo correcto. En realidad, la cuestión es bastante simple: si el proceso de ejecución es divertido, el proyecto entusiasma y resulta ser satisfactorio con resultados muy beneficiosos.
Lo otro ─“quedarse ahí”─ provoca el lapidario sentimiento de “apaga la luz y vámonos”.
Piense en esta historia: “Hay un chico que en realidad es un mago, pero él no lo sabe. En algún momento, un gigante viene a recogerlo para la escuela de magos. Llegan a Londres, atraviesan una pared y se suben al tren”.
¿Le interesaría la Historia de Harry Potter presentada así? Esta versión resulta un relato confuso, poco entusiasta para meterse en ella y con la amenaza de ser una aventura escabrosa.
¿Cuál es el factor mágico que le falta a su proyecto para mantener a todos sus participantes comprometidos y entusiasmados para cumplir las partes que tiene a su cargo antes que el equipo se rompa o el proyecto deba ser abandonado?