Albert Hirschman (1915-2012), analiza en “Salida, Voz y Lealtad” (1977) la forma en que actuamos las personas cuando enfrentamos en cualquier ámbito de nuestra vida profesional y/o personal una situación incómoda, o intolerante, o que no encaja con nuestra escala de valores, sentimientos y convicciones.
Si el jefe nos maltrata, si nuestro equipo de fútbol juega mal y pierde los partidos, si nuestra pareja adopta hábitos que nos incomodan podemos seguir la opción de “La Lealtad”, consintiendo incluso a un jefe maltratador o que toma decisiones equivocadas, al club perdedor o a la pareja despareja, aunque suframos las consecuencias de tragarnos uno o varios sapos, porque no queremos renunciar a las cosas que forman parte de nuestras vidas o conservan nuestros propios intereses, aunque nos causen malestar. Soy un “buen muchacho”, estoy a tu lado, dando lo que me pidas (porque me conviene).
Una segunda opción es “La Voz”, o sea manifestar explícitamente nuestra insatisfacción. Tengo este empleo y necesito cobrar mi salario, aunque pretendo que la empresa mejore y todos quienes trabajamos aquí ─incluyendo al jefe, a mis compañeros, a los clientes y a mi mismo─ estemos más satisfechos, más seguros y ganemos más. Puedo discutir con el jefe las conductas que tiene y las decisiones que adopta porque quiero y puedo contribuir con la mejora continua y la excelencia operacional de nuestra compañía/organización. Utilizo mi voz para exponer públicamente mis puntos de vista con el propósito de lograr las mejoras que considero más convenientes para todos y para mí. Te diré lo que considero que tienes que saber aunque no sea lo que te gusta escuchar.
En la opción “Salida”, abandonamos a la organización ─o el empleo, a la marca o la pareja porque los perjuicios de tolerar lo que nos provoca malestar son mayores a los beneficios que logramos con la lealtad. Me voy, trabajaré para otra compañía, votaré a otro partido, buscaré otra pareja o me quedaré solo, compraré otra marca o en otra tienda…
La solución al dilema de la lealtad
La actitud más conveniente para cada uno de nosotros es una combinación de voz y salida. Vale la pena discutir y confrontar, sin romper, las decisiones y comportamientos ajenos para tratar de mejorar las relaciones y optimizar el conjunto de todos los factores que inciden en el rendimiento individual y general.
Aunque cuando ya no quedan maneras razonables de lograr cambios que satisfagan nuestras aspiraciones: hay que saber salir y buscar otras maneras más satisfactorias de vivir.
El exceso de lealtad, o suponer que “ser leal es lo mejor para mí», conduce a un grado de frustración que perjudica todo y a todos.
En la política, a través de toda la historia de la humanidad, es evidente que la lealtad incuestionable ─el conjunto de comportamientos que se engloban en la sumisión pasiva─ arruina a las democracias y a los ecosistemas regionales.
No, no vale la pena tener un jefe como tú. No vale la pena aguantar lo que le conviene sólo a unos pocos y, además, nos perjudica; ni vale la pena retrasar las consecuencias de un error que más rápido o más tarde va a desembocar en un fracaso anunciado.